viernes, 11 de febrero de 2011

Piero de la Francesca

Muchos amigos de este blog, lo siguen porque les gusta el arte. Yo también sigo blogs que me van descubriendo facetas interesantes de la historia del arte, uno de los mejores es sin duda el blog esditado por Paco Hidalgo: ARTE TORREHERBEROS, el cual les recomiendo.

Con el permiso de Paco Hidalgo, copio el completísimo post que publicó sobre Piero de la Francesca y se lo acerco a todos ustedes:

Madonna de Sinigaglia. Óleo sobre tela (31 x 28 cm.). 1470-85.
Palacio Ducal de Urbino.



Piero della Francesca nació entre 1410 y 1420 en Borgo San Sepulcro, cerca de Perugia y murió en el mismo lugar en 1492. Era hijo de una familia de mercadores, con un padre rico comerciante de paños (de ahí que supiera matemáticas, cálculo, álgebra y geometría) y madre noble. Aprendió la pintura con maestros como Antonio de Anghiari, Doménico Veneziano y Fra Angelico, aunque su estilo y su camino pictórico distará mucho del maestro de Fiésole. Parece que se quedó ciego en los últimos cinco años de su vida y un lazarillo le llevaba de las manos por esta pequeña ciudad de la Umbría italiana. Fue un pintor itinerante, trabajando en distintas cortes italianas, algo así como también le ocurrió a León Alberti. No hizo ninguna obra para la cuna del arte del momento, Florencia.

Es un pintor solemne, que prefiere formas simplificadas y estudios de juegos de luz. En su pintura se conjugan lo científico y experimental con la claridad intelectual. Su pintura se basa en la perspectiva y el volumen de sus figuras para hacerlas intemporales. Le da igual que sea un personaje humano o divino pues a todos los trata por igual. Sus figuras tienen aires clásicos, serenos. El color lo utiliza para construir las figuras y todo ello enmarcado por una gran luminosidad con predominio de blancos sobre los que destaca los colores vivos de sus figuras. En la pintura de Piero della Francesca la configuración de un nuevo modelo clasicista desplazó la presencia de lo expresivo y se convirtió en el argumento prioritario de su obra. Sus composiciones se ofrecen concebidas como imágenes estructuradas con un nuevo sentido del orden.
Después de una época juvenil de formación en contacto con varios maestros sieneses del gótico final, entró en relación con la corte de Urbino hacia 1445. El duque de Urbino, Federico de Montefeltro, gobernaba sus estados como un príncipe ilustrado amante de las artes y las letras, haciendo una encomiable labor de mecenas: Su palacio lo hizo Luciano Laurana y allí fueron llamados Paolo Ucello, Piero de la Francesca y Melozzo da Forli.

La flagelación de Cristo. Óleo y temple sobre tabla (59 x 82 cm.). 1445?
Galería Nacional de las Marcas. Palacio Ducal de Urbino.



De esta primera época destacan un importante grupo de obras de Piero. Tal vez la primera fuese el "Políptico de la Virgen de la Misericordia", encargada por la cofradia de la Misericordia de Borgo San Sepulcro. El tema reproduce un gesto usual de la iconografía del gótico internacional, como es la Virgen protegiendo con su manto a los devotos, pero apararecen las nuevas características del Renacimiento y del pintor en la dignidiad y calma impresionantes que irradia la tabla, la monumental colocación de las figuras en el espacio y la paz admirable y seguridad que aporta a los admiradores de la virgen. Otro cuadro de la misma época, "La Flagelación de Cristo" es un auténtico ejercicio de perspectiva, que utiliza elementos de la arquitectura de León Alberti. En el espacio cristalino definido por las columnas, los arquitrabes y el mosaico del suelo, Piero sitúa unos personajes típicamente suyos, en los que ha reprimido su pasión, su amargura y su violencia para que queden sólo como monumentos llenos de dignidad en un espacio increíblemente serenos.

El bautismo de Cristo. Temple sobre tabla (167 x 116 cm.). 1445.
National Gallery. Londres.



Aunque también se trata de una de sus primeras obras (realizada entre 1440 y 1445), El Bautismo de Cristo acusa el evidente interés del artista por las matemáticas y por un orden compositivo fundado en un concepto de la armonía y de la proporción basado en las leyes de la geometría y hacia la plasmación de unos modelos que definen un nuevo clasicismo abstracto e ideal. La atmósfera de la pintura está empapada de una misteriosa serenidad y logra plasmar toda la austeridad, el equilibrio y la perfección de un cuerpo geométrico o una ecuación matemática. La composición se basa en el cuadrado (la mitad del círculo que representa a la tierra) y en el círculo (arco de medio punto superior que es el cielo). La figura de Cristo está ubicada en el centro del cuadrado; a la derecha se encuentra San Juan Bautista. La clara tonalidad del cuerpo semidesnudo del personaje que va a recibir el sacramento, se equilibra con el tono de uno de los ángeles de la izquierda, Entre el tronco del árbol y la cintura de Cristo, el artista ha representado Borgo San Sepulcro, trasladando deliberadamente a un paisaje toscano el bautismo de Palestina, para acercar de este modo la leyenda a sus paisanos.
Alrededor de 1450, Piero trabajó en Ferrara y en Rímini. En Ferrara dejó pinturas que influirán en pintores como Cosme Tura o Andrea Mantegna. En Rímini pintó un impresionante Retrato de Segismundo Malatesta, arrodillado a los pies del santo patrón, que todavía figura hoy en el Templo Malatestiano de Rímini, en el que León Alberti hizo la fachada.



Historias de la Santa Cruz: Descubrimiento y prueba de la Vera Cruz.
Pintura mural al fresco.

Iglesia de San Francisco de Arezzo.


Historias de la Santa Cruz: Batalla entre el emperador Heraclio y Cosroes.
Pintura mural al fresco (329 x 747 cm.). Iglesia de San Francisco de Arezzo.



Poco más tarde, a partir de 1452, inició la más importante de sus obras: la decoración del ábside con las Historias de la Santa Cruz de la Iglesia de San Francisco de Arezzo, considerada como una de las obras maestras de la pintura universal. En el muro del ábside aparecen los diez episodios extraídos de la Leyenda Dorada. Según una antigua leyenda medieval, la historia de la Vera Cruz comienza en el mismo momento en que los hijos de Adán , al dar sepultura a su padre, colocan bajo su lengua la simiente del árbol, de cuya madera se haría luego la cruz de jesús. Éste árbol fue talado por Salomón y su tronco utilizado en la construcción del puente que salvaba el estanque situado delante de su palacio. La reina de Saba lo reconoció cuando visitaba Jeresulén y sobrecogida de respetuosa reverencia, no osó holarlo con sus pies, sino que lo adoró devotamente. El ciclo continua con las escenas que siguen a la resurrección de Cristo: el descubrimeinto de la reliquia por Santa Elena, el famoso sueño de Constantino la noche anterior a la batalla con Majencio, la batalla del Puente Milvio (composición expresamente caótica, en la que se entremezclan los caballos, los jinetes, las lanzas y otras armas, donde el pintor expresa el violento tumulto de la batalla, sobre la que prevalece la bandera co el signo de la cruz), su pérdida a mano de los persas, que con su rey Cosroes toma Jerusalén y roba la cruz y su recuperación por el emperador Heraclio que, con ella a cuestas, hace su entrada en Jerusalén. En el encuentro de Salomón con la reina de Saba, Piero alegoriza la unión entre la iglesia Romana y la Griega.
En todo este ciclo la tendencia del pintor por la simplificación de los objetos y el orden compositivo se desarrolla de una forma radical, mientras que la luz, intensa y diáfana, acentúa el carácter reducido y elemental de los volúmenes.

Historias de la Santa Cruz: La reina de Saba delante de Salomón.
Pintura mural al fresco.

Iglesia de San Francisco de Arezzo.

La obra gigantesca del ábside de San Francisco de Arezzo debió ocupar a Piero durante siete u ocho años (1452-1460). En este período pintó diversas obras muy pocas de las cuales han llegado hasta hoy, tales como La Madonna del Parto (conservada en el pueblecito de Monterchi) y la Santa María Magdalena de la Catedral de Arezzo. Estas dos obras presentan el tipo de mujer característico de della Francesca: no se trata de la patricia florentina de Botticelli, de carnes exquisitamente fatigadas, sino una mujer alta, de nariz recta, robusto cuello y ancha frente, despejada, de cabellos recogidos cuidadosamente por la toca. Piero della Francesca, cuando no hace retratos se vale siempre de este mismo tipo, bastante impersonal, como llevado por el deseo de no cansar la atención. Estos cuerpos femeninos son ante todo volúmenes sólidos situados en el espacio. Así, la figura de la Magadalena sigue el modo escultórico de la pintura de Massaccio, quien concibe el cuerpo humano como volumen espacial.

Madonna del Parto. Pintura mural al fresco (260 x 203 cm.). 1460.
Museo de la Madonna

del Parto. Monterchi.



De la misma época es su obra Resurrección de Cristo, del Palacio Comunal de Borgo San Sepolcro. En esta obra el artista ha conseguido congelar en el tiempo el prodigio, con un aura de eternidad. Cristo apoya un pie sobre el sepulcro, mientras los guardianes, ajenos al contecimiento dormitan. El rostro echado hacia atrás del guardián se interpreta como un autorretrato.

La resurrección de Cristo. Pintura mural al fresco (225 x 200 cm.). 1463.
Museo Cívico del Palacio Comunal de Borgo San Sepolcro.


En el último grupo de sus obras, pintadas a partir de 1465, Piero parece interesarse por el individualismo humanista. El Doble retrato de los duques de Urbino muestra los perfiles de Federico de Montefeltro y de su esposa Battista Sforza, con el carácter irreductible de la personalidad y las diferencias profundas que separan a los seres humanos. Quizás hayan influido en el psicologismo que aparecen en las obras de vejez de Piero, el hecho de que se trata de pinturas al óleo sobre tabla (y no de murales). Jamás se habían unido como en el retrato de Battista figura y paisaje con tan extraordinaria armonía de atmósfera y luz. Los colores, luminosos y firmes, conceden a esta dama la solemne inmovilidad de una imagen sagrada. Los colores, luminosos y firmes, conceden a esta dama la solemne inmovilidad de una imagen sagrada. En Cuanto al retrato de Federico, se sabe que éste tenía el rostro desfigurado a causa de un accidente sufrido en un torneo, pero en el retrato de perfil oculta el perfil derecho y parece como si el duque no hubiera perdido uno de sus ojos. En ambos retratos el paisaje del fondo dista mucho de ser el habitual telón de fondo sin conexión con el primer plano. Muy al contrario, es a través de la luz, la gradual disminución de la precisión de los contornos y la transición de una gama cálida a otra fría a medida que se avanza hacia el fondo.

Doble retrato de Federico de Montefeltro y Battista Sforza. Óleo sobre madera (47 x 33 cm.). 1465-72.
Galería degli Uffizi. Florencia.


Las últimas obras de Piero fueron pintadas en el decenio 1470-80, en el que el pintor residió con frecuencia en Urbino: la Madonna de Sinigaglia, la Natividad y la Virgen y santos con Federico de Montefleteltor (también llamada Pala Brera). La Madonna de la Sinigaglia es una de las obras más hermosas del artista y nos sorprende por la capacidad de armonizar lo monumental con lo íntimo. Encontramos en ella influencia flamenca de la técnica de las veladuras al óleo, destacando el preciosismo de las joyas y la luz que se filtra por la ventana. Esta Virgen ejemplifica la tipología femenina qu representaba Piero della Francesca y que se caracterizaba por figuras robustas, con volumen y poderoso cuello, que ocupan todo el espacio compositivo.
En la Natividad de la National Gallery de Londres, la Virgen fina, estilizada, de barbilla puntiaguda, se aleja del tipo femnino al que Piero daba preferencia, y el conjunto de la obra demuestra que el artista se aleja de la abstracción para entregarse a la observación del detalle, de la anécdota (flores, adornos, joyas...).
En la Pala Brera, junto al retrato de Federico de Montefeltro, en fundado en su reluciente armadura, se vuelve a encontrar la deliciosa geometría infantil de la Flagelación de Urbino. Diez personajes, que parecen captados más allá del tiempo en una atmósfera de eternidad, forman un semicírculo en torno a la Virgen y tras ellos un ábside que sostiene una bóveda de cañón acasetonada y una momunental concha de mármol. Detalle estremecedor por su misterio: un huevo de avestruz pende de un hilo en el centro del espacio, exactamente sobre la cabeza de la Virgen. Ha sido considerado como símbolo oriental de la creación, pero también símbolo renacentista del espacio cerrado. Una luz imposible por su diafanidad cae sobre los personajes, sin mancharlos con sombras.
Es curioso resaltar como tanto en la Madonna de la Senigallia como en la Pala Brera, el espacio aparece determinado por la escenografía arquitectónica, pero es la luz la que lo expresa y lo convierte en un espacio metafísico o ideal en clara contraposición con otras aplicaciones de la luz orientadas a configurar un espacio en conexión con lo real.


Pala Brera o Virgen y santos con Federico de Montefeltro. Óleo sobre madera (248 x 150 cm.). 1472.
Pinacoteca Brera. Milán.


Anciano, enriquecido por tantas experiencias, della Francesca se retiró al final de su vida al pueblo donde había nacido. Allí escribió, antes de quedarse ciego, dos tratados en latín sobre perspectiva y geometría, que eran el resultado de una larga meditación que había durado toda su vida.
Paco Hidalgo


Les adjunto unos vídeos:




Javier Krahe, hizo una canción llamada Piero de la Francesca, una anécdota simpática que les invito a escuchar:



Espero que les guste, buen fin de semana para todos, especialmente para Paco H.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Great post dear Julia!!!
Have a nice weekend.

martinealison dijo...

Riche et grande publication...
Bisous et bonne Saint Valentin à vous.